Estos días ando preguntando a las gentes de este país campeón por su momento clave en los siete partidos del Mundial. Aquel que nos llevó a levantar la Copa, a besuquearla, a pasearla por un país revertebrado gracias al fútbol, al menos estos días, en el que ha nacido algo que se me ocurrió ayer llamar «nacionalismo limpio», o «españolismo apolítico» (por conceptualizar el orgulloso yo soy español, español, español). De esto hablaré otro día, cuando tenga más asentada la idea, porque después de pasarme el finde dándole vueltas al temita, no he encontrado otro sentimiento, otro hecho, otro momento que nos uniera a los que vivimos en Iberia más que lo que lo hace el fútbol después del 11-J. Lo más aproximado que me vino a la mente fue la guerra de 1808 y Goya con sus pinturas. Y los atentados, claro. El caso: pido ayuda para llegar a un consenso sobre la importancia extradeportiva de lo que nos ha pasado. Es decir, ¿esto de ganar el Mundial es en realidad tan importante como nos ha parecido a los que el lunes pasado nos tiramos a las calles para celebrarlo? O, en la medida de que de un Mundial no se come, que dicen los más sosegados y despegados del fútbol, ¿es ésta una chorrada más, pasada de revoluciones, para enfermos e ilusos?
En realidad, estos días he tratado de buscar algún hecho comparable que en otra profesión u orden de la vida fuese similar en relevancia, en emociones, en repercusión… El Nobel de literatura para un escritor de los nuestros, llegar a la luna otra vez, ¿un Óscar?; no, un Óscar, claramente no. Sigo pidiendo ayuda. Es decir, me gustaría que alguien me dijera: «pues esto de ganar un Mundial, yo lo comparo con, para mí…» (no vale decir «tener un hijo«, no hablamos de cuestiones personales, que obviamente son más importantes y más trascendentes en la vida de todos)
Pero, a lo que iba. En la primera de mis cuestiones vitales de esta habladuría solitaria, planteo inquieto un sondeo sobre el momento clave del Mundial: el gol de Iniesta, los goles de Iniesta, los de Villa, el árbitro, los árbitros… Iker Casillas. En realidad, el fondo del soliloquio es el mismo de otros anteriores: ¿de verdad no es hora, aún, de que le reconozcamos al capitán de la selección lo que ha hecho? (no me refiero al morreo más famoso del neonato siglo XXI). No voy a caer en el tópico de pedir para él un Balón de Oro, que al fin y al cabo es un premio que da una revista, ni el FIFA güorld player, que lo dan sus compañeros y supongo que lo ganará. Mejor dicho, espero que lo gane. Insistiré en mi sorpresa por la timidez con la que idolatramos a un jugador que, repito por millonésima vez: va a ser nuestro futbolista de los récord en la historia de este deporte, ha levantado dos de las tres Copitas que tenemos por selecciones absolutas de fútbol, ha sido decisivo, determinante, clave, en los dos torneos que han dado lustre a nuestras camisetas rojas de España (estos días he oído a gente que se va a tatuar en el pecho la estrellita de campeón del mundo; en serio). Al margen de los premios. ¿qué más tiene que hacer Iker Casillas para que lo veneremos sin rubor?

Demasiada presión ha tenido. Y lo más indignante que fue la prensa española la que buscó su inestabilidad y le quitó el apoyo, que creo yo que cualquier jugador en un mundial debe de tener. Eso sí ahora nos unimos y los alzamos como a un santo en semana santa, mostrando con hipocresía ser más devoto que nadie. Y si paso al plural, es porque Iker no fue el único el que fue atacado cuando perdieron contra Suiza, empezando por Aragonés, ya que él mejor que nadie tendría que saber los ataques que sufrió con el caso Raúl. Y ahora para dar ejemplo, fue el primero en disparar.
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