París, a la luz de los escritores

Pasé la última Nochevieja en París. Sin necesidad de «turistear», paseé hasta aburrirme por el Barrio Latino, conocí Le Marais, visité las calles donde tuvieron sus estudios Picasso y Coco Chanel, me perdí por Montmartre, tome cafés y «fundís» de queso. Probé vinos y la sopa de cebolla y llamé a la puerta de la Sainte Chapelle o el Panteón de los ciudadanos ilustres. Aquí me detengo hoy.

París es una ciudad de libro y de libros en muchos idiomas. En francés, en inglés, en latín… Desde Shakespeare & Co. pasando por La Procope o a la orilla del Sena, sus calles respiran aventura, historias, romances, crímenes… Todo aquello de lo que se nutren los libros.

En el Panteón de «reconocimiento a los grandes hombres» tienen sitio muy especial los escritores. Reposan allí, del mismo modo que lo hacen en la Westminster de Londres, algunos de los más destacados literatos de la historia de Francia. Entre ellos, citaré a Alexandre Dumas o François-Marie Arouet, Voltaire, Victor Hugo o Emile Zola.  Los escritores comparten lugar de reposo y admiración con héroes de su NACIÓN (escribo la palabra en mayúsculas porque, con el concepto, a los franceses, se les llena la boca). Científicos, políticos, grandes hombres y mujeres que hicieron algo bueno por su país, por sus conciudadanos reciben la visita a diario de cientos de personas que encuentran, por ejemplo, que les recibe el péndulo de Foucault con el que este genio demostró la rotación de la tierra. En el Panteón descansan Louis Braille o Marie Curie. Todos ellos, a la luz del devoto.

Sin ánimo de hacer comparaciones en las que nuestro país pierda, que perdería…. ¿Sabes que en Madrid existe el Panteón de Hombres Ilustres? ¿Sabes dónde están enterrados Miguel de Cervantes o Francisco de Quevedo? Yo, sí. Porque lo busqué en Google. No son lugares de peregrinación masiva, no. Una pena. En este país faltan héroes, quizá por genoma. No somos dados a reconocer tan siquiera al que lo es sí o sí. ¡Como para fabricarlos en modo Hollywood!