Viernes, 13 de marzo de 2020
—El heroísmo consiste en lavarse la manos. Protegerse para proteger, dice el Presidente al anunciar el estado de alarma.
XXXXXXXX (**NO PUEDO DAR PISTAS SOBRE EL TÍTULO, PERO AQUÍ, UN PERSONAJE PRINCIPAL) ha pasado la mañana sin mucha tarea, entre comentarios, rumores, risas tontas y bromas de medio gusto: se cancelan bodas y comuniones, se levantan las terrazas de la ciudad, los reyes son negativos (les hicieron la prueba, claro), un chino revende mascarillas al mil por cien, no se juega al fútbol (drama nacional), se cierran los bares (otro drama nacional)…
Marzo marcea, así que no aguardan planes para el fin de semana. Pero el viernes es viernes, y sale de la oficina cuando su emisora de radio en frecuencia modulada anuncia última hora y comparecencia del Presidente. Acelera el ritmo, no vaya a perderla.
—¡Cien muertos! —atruena la radio, en la soledad del coche.
Cien muertos, de los cuales, sesenta y cuatro son de las cuentas de Madrid. Aún no se distingue por carnet de identidad, ni se apostata del vecino, al menos por causa del bicho. Otros ascos sí laten con fuerza en la arena nacional, con “nacional” puesto entre comillas.
En una mirada a través de la ventanilla lateral busca la compañía de la ciudad, de la gente, mientras aguarda el verde de un semáforo en la travesía del Prado.
—¡Estado de alarma! —repite tras el anuncio de la radio.
Ya no grita. El locutor susurra al miedo. El rumor corre entre los periodistas y la oposición clama por su decreto, pero a él no le cuadra. El Presidente ya la había eludido, en la semana, cuando apareció en una sala de prensa vacía y escuchó las preguntas de los informadores a través de la voz de su particular presentador de telediario.
Aparca en la calle. Camina acelerado. Llega al portal, sube en el ascensor, entra en casa. Sienta al sillón unipersonal. Enciende el televisor. Abre una cerveza sin alcohol. Espera media hora. Casi era tiempo del parte. Escucha al Presidente.
—Compatriotas: “Estado de Alarma”. Nos encontramos en el inicio de un combate contra este virus, al que tenemos que parar unidos. Nos enfrentamos a una crisis extraordinaria. Pido a los jóvenes que mantengan la distancia social. Pido a los mayores que se cuiden, y se laven las manos.
Lavarse las manos, distancia social, cuidado con los mayores. Los niños, a salvo… Como corresponde a un XXXXXXXXXXXXX, repasa mentalmente las instrucciones del Presidente. Está de acuerdo, el Gobierno debe asumir el mando. Cuatro ministros, un gabinete de trabajo, todas las Administraciones bajo su tutela; los hospitales públicos y privados, a la orden. Cierre. Todo cerrado, salvo peluquerías, farmacias, supermercados y quioscos. Menos mal. Su periódico de los domingos.
Pasa el resto del fin de semana preparando estrategias de buen convecino. Sigue las noticias. Escucha un concierto que ofrece Alejandro Sanz, desde su casa. En el silencio de la noche, a través del cristal del balcón a la calle, se encuentra con la barriada, cuando a las diez de la noche del sábado la gente arranca a aplausos. No se atreve más que a entreabrir los pestillos de la ventana.
Arma la táctica para ir, en la mañana, por el dominical. El día del señor para él es día de periódico. No puede pasar sin el diario, sin sus suplementos, sin una mirada distinta a la actualidad, sin los mejores reportajes, sin esa revista papel salmón que presagiaba con éxito discutible los tiempos económicos buenos y malos; sin los cotilleos, sin su paseo matinal hasta la plaza, cien metros calle abajo, junto a la Glorieta de Bilbao, donde aguantaba como podía su quiosco.
Rodea miedos y se arma con rudimentos: bufanda, gorro, guantes de lana. Abrigo. Sale al balcón y pulsa aires. Y un grito le echa el freno.
—¡Vecino! ¡No salgas sin mascarilla!