En blanco y negro

La nube de ceniza que ha escupido el volcán islandés le vendrá muy bien a los apocalípticos del 2012 y a los periodistas cazadores de tópicos. Cierto que ha alterado planes de Estado y que nos deja las ganas de ver el reportaje de Calleja en Desafio Extremo, que iba para el cogollo del dichoso volcán y lo tuvieron que evacuar al trote. Disgresión: ¿a los controladores aéreos les pagan si no tienen aviones que controlar? Bueno, es igual, a lo que iba: «Caos en Europa» o «El Barcelona, en autobús a Milan, ooooooooh». Como cada vez que el Madrid va a jugar a Kiev o a algún sitio raro de Chiquitistán y aparece el miedo a Chernobil o los «Infierno bajo cero».

El caso es que este nubarrón grisáceo ha igualado clases, como dice Alberto Contador, y nos retrotrae a «otros tiempos». El que será mejor ciclista de todos los tiempos, sí, tuiteaba anoche camino de Bélgica, cuando cruzaba la frontera entre España y Francia, después de ganar la Vuelta a Castilla-León: 1900 kilómetros para correr las clásicas belgas (por los novecientos en dos etapas que hará el Barça). Igual que Valverde, que supongo saldrá desde Murcia. Y el resto del pelotón ciclista, que no tienen bastante con lo que hacen en bici.

Todo este pánico al caos aéreo me trae a la memoria alguna de las geniales historias que me cuenta José Emilio Santamaría, de cuando para llegar al estadio de Chamartín había que pisar fango, porque el tranvía te dejaba por Nuevos Ministerios, y el Real hacía giras planetarias, que no se inventaron con Beckham, y recorrían miles y miles de kilómetros con aviones a pedales, para ganarse los cuartos. Este nubarrón solidarizante nos devuelve al blanco y negro, pero también nos obliga a tragarnos quejas, y a pensar que todos los fines de semana hay miles y miles de deportistas que recorren las carreteras de nuestras Españas por el puro placer de competir, o por la necesidad de seguir trabajando en su fútbol aún cuando no se cobran los sueldos. Que hay padres que se dejan la vida para llevar a sus hijos a hacer deporte, todos los días, a muchos kilómetros de distancia del hogar. Que hay deportistas, como el caso de unos de los que me hablaban hace unas semanas en Málaga, que se meten en un autobús, se pasan las noches enteras en ruta, llegan a destino, juegan, y se dan la vuelta para estar en casa a tiempo para trabajar en sus otras cosas, las que les dan de comer. Así que mejor déjemos las odiseas para Pérez-Reverte, que un día de estos igual nos sorprende con una reinvención de los viajes de Ulises. Por eso de su afición a los barquitos y el Mediterráneo, digo. Y a una mala, si no hay avión…¡¡¡Presume de AVE, amigo!!! (Madrid-Málaga en dos horas y media. Un lujo)

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