LA PROMOCIÓN DE UN LIBRO| ¿Venderías tu novela por la calle?

Andaba yo tirado en El Brillante, reventado de pasear el Reina Sofía y cargado de información que guardaré para mi segunda novela. Compartía bocadillo de calamares con mi padre, y una cerveza. Pensaba en mis cosas, creo que discutía en Twitter con un señor que me echaba en cara que no conozco catalanes (o algo así). Y no quería interrupciones. Entiéndame lo siguiente: no compro lotería callejera, ni de la otra, ni mecheros, y soy gruñón cuando me abordan mientras me dedico a mis pájaros en la cabeza.

La interrupción se llamaba, por ejemplo, Laura. Parecía una estudiante de último año universitario. Bellas Artes o de Biología, me aposté. Cargué el «NO» para cualquier propuesta que necesitara de mi firma, o de mi dinero. Pero Laura vendía libros. Vendía su libro. Vendía poemas. Sus poemas. Cuando mi padre ya la despachaba le pregunté por su libro. Yo también vendo libros, le dije, y Laura hizo como que se interesaba. Su libro es autoeditado, tras recuperar sus derechos hace un tiempo, contó. Lo vendía por diez euros y no me resistí a un contraataque: «Yo también escribo libros», le dije. Y le confesé que su atrevimiento está fuera de mi alcance por más que me coloqué a mí mismo en la trama de «La palabra perfecta», en mitad de la calle Preciados, vendiendo novelas a precio de saldo, por si algún día me atrevo.

Me preguntó por mi libro, me preguntó mi nombre y prometió buscar la información sobre «La palabra perfecta» en redes sociales. Me vendió sus poemas (a diez euros, precio alto, pensé, pero hay que ser solidario con los compañeros) y siguió en la tarea, abordando sin miedos al siguiente ZampaBocatadeCalamares.

Abrí al azar y uno de esos cuentos efímeros hablaba del silencio, la palabra perfecta de Heredia antes de iniciar su aventura. Abrí la primera página y el prólogo arrancaba con la definición por la RAE de la palabra «perfecto». Mientras acababa con la cerveza y caminaba hacia el Prado me pregunté si llegaré algún día a plantearme vender mis libros por la calle. Hoy no tengo respuesta, pero la valentía de Laura me hinchó de energía para pensar, para documentar, para indigar en los mapas de mis luces y diseñar la ruta de mi próxima aventura literaria mientras «La palabra perfecta» crece a empujones. Estos días, que andaba yo pelín agotado de vender libros, tirar tuits, mandar correos, hacer relaciones públicas y todo lo que se me ocurre para dar a conocer la novela, Laura me mostró el camino real de los escritores, ese que discurre mucho más allá de las redes sociales, los pulsos con las editoriales y las listas de ventas…

¡Qué bonito es escribir! ¡Vivan los libros!¡Quiero ser escritor y escribir, escribir, escribir y solo escribir!