
Los niños negros de Soweto escribieron esa historia hace treinta años cuando el gobierno del «Apartado», que es como han castellanizado los guías locales el «apartheid«, les obligó a recibir su educación en una lengua distinta a la suya en las escuelas. Ellos hablaban inglés, y los blancos un cocktail de varios idiomas llamado «afrikaan«. Se negaron, montaron una marcha pacífica, pero ésta acabó con cientos de muertos. Fue la chispa que encendió la mecha de la revolución contra la discriminación racial. En el Soccer dio Mandela su mitín más multitudinario. Los Mandela eran una familia más de Orlando, uno de los mini-barrios dentro de Soweto. La población es la única del mundo que cuenta entre sus habitantes a dos Nobel de la Paz. Además de «Madiba«, el predicador Desmond Tutu también era del lugar. «Soweto» significa «South Western Township«.
Soweto es el sur como Sandton es el norte, el barrio de los hoteles, el lugar donde se ubica el edificio de la Bolsa, donde los turistas ricos compramos figuritas tan horribles como gigantes y comemos carne de la buena. En Soweto la comida se compra y vende en la calle, separada de la arcilla por una manta sucia. Allí, la vida es callejera, aunque de lo alto de casas sin techo consistente crezca una antena de televisión que parece de otro planeta. En la calle se sestea, se corta uno el pelo, se compra ropa de colores. En Sandton compramos Jabulanis para la familia. En Soweto se juega al «soccer» con una pelota fea y parcheada. En el norte compramos zapatos de cocodrilo, tortuga, o yo qué sé bicho. En el sur, andan descalzos. Es tan grande que la visión de las casas matas que se mezclan con las chabolas se pierde en el horizonte. Cuentan a que esta gente le cuesta vivir en altura y por eso no hay bloques de pisos. También dicen que en según que zonas, como la tierra está escarbada por las antiguas minas de oro, no se pueden levantar edificios; se vendrían abajo.
En Sandton vivimos; a Soweto nos llevaron en un autobús de periodistas ociosos, y/o en busca del reportaje del día. Personalmente, quería ver con mis ojos la miseria de la que intenta salir, a buen ritmo, la gente con la que tratamos, que nos devuelve el trato con tanto cariño y que organiza con brutal esfuerzo este Mundial, como dijo Angel María Villar, «desde la necesidad». Quería ponerle caras a la «necesidad», sí. Exacto (no sé bien cómo explicar mi motivación, lo siento). El caso es que el guía del barrio metió el autobús, a través de un carril de tierra, hasta la puerta de chapa de las chabolas que tenían «vistas» a la carretera. De aquellas salieron unos cuantos niños, los mayores arrastrando de la mano a los pequeños. Del autobús bajaron una cincuentena de cámaras fotográficas y de video, con personas detrás que, a la voz del guía, se metieron en las chabolas casi sin pedir permiso. «Si puede ser, denles una gratificación«, nos dijeron.

Vanalizamos la miseria, al igual que nos aburrimos y decimos «que pesaos callejeros que siempre echa barrios pobres»,nos acostumbramos y lo aceptamos, pero siguen ahí y a ellos nos les vale cambiar de canal o subirse al autobús.
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